Autor: Stephanie Palmer

Editores: Chloe Rybicki-Kler, Emily L. Eberhardt, Sarah Bassiouni, y Jennifer Baker

Fotógrafo: Stephanie Palmer y Natalie Reinhart

Traductores: Llilian Arzola Martínez y Hector Mendoza

¡Hola, lector! Este es el primer artículo de una serie de dos partes sobre los factores que influyen en las decisiones y comportamientos de los niños durante la actividad física. En este artículo, exploraremos los factores que pueden impactar la toma de decisiones de los niños cuando realizan actividad física. ¡Para más información sobre los pasos prácticos que los cuidadores pueden tomar para apoyar los comportamientos de los niños durante la actividad física, lea la segunda parte aquí!

Mientras escribo, mi sobrina de tres años y mi sobrino de cinco están afuera persiguiendo como locos a las gallinas, mientras llevan cajas de cartón que han convertido en armaduras de robot. La energía y la resistencia que muestran, tanto los niños como las gallinas es impresionante y me recuerdan a las aventuras de mi infancia. En una ocasión, utilicé una manguera para llenar el garaje de mi casa con dos pulgadas de agua y crear una pista de patinaje sobre hielo de mayor dificultad (y también peligrosa) para mis hermanos y para mí. En otra ocasión, mi hermana y yo usamos cinta adhesiva para pegar a nuestros cuerpos esas grandes pelotas que se usan para hacer ejercicio, con el propósito de chocar una contra la otra repetidamente sin hacernos daño.

Quizás al igual que yo, tú también tengas gratos recuerdos de las travesuras y juegos de tu infancia; si es así, es probable que hayas sido un niño físicamente activo. Lamentablemente, los niños de hoy pueden tener diferentes oportunidades para el juego activo u optan por no participar cuando se les presenta la ocasión.

Elliot sosteniendo a su pollo favorito llamado Cono de Helado (“Ice Cream Cone”). Foto: Stephanie Palmer. 

La actividad física se define como cualquier movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos y resulta en un gasto de energía por encima del estado metabólico en reposo (es decir, eleva tu ritmo cardíaco y temperatura corporal). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un niño se considera físicamente activo si participa en la cantidad recomendada de actividad física diaria: tres horas de juego activo para niños menores de 5 años y 60 minutos diarios de actividad que induzca sudoración para niños de 5 a 17 años. Un niño se considera físicamente inactivo si no alcanza estos objetivos. Para dar contexto, mi sobrina (Elliot “Bean” Claire, 3 años) y mi sobrino (Wesley “Boo” James, 4 años) se cansaron después de 20 minutos persiguiendo gallinas, acumulando solo el 11% de su cuota diaria de actividad física. A pesar de agotarse temporalmente, necesitarán causar estragos en el gallinero aproximadamente cinco veces más para cumplir con las pautas de la OMS, lo cual podría sorprender a cualquier adulto que mire sus caritas sudorosas.

Bean y Boo vistiendo sus armaduras de robot. Foto: Natalie Reinhart

Hoy en día la inactividad física se considera una epidemia global y una crisis de salud pública entre los niños. La OMS estima que el 81% de los niños de 11 a 17 años no cumplen con las pautas actuales de actividad física. Entre los niños estadounidenses, la prevalencia estimada de inactividad física es del 76% y del 50% para niños de 6 a 17 años y de 3 a 5 años, respectivamente. La alta prevalencia de la inactividad física en la infancia es preocupante porque (1) los patrones de actividad física se establecen durante la infancia y (2) los bajos niveles de actividad contribuyen a enfermedades crónicas y muerte prematura, con un 7.2% de todas las muertes atribuidas directamente a la inactividad física. Para abordar la inactividad física entre los niños estadounidenses, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) publicaron recomendaciones para aumentar el acceso a parques, crear entornos propicios para caminar en las comunidades e incrementar el apoyo social a la actividad física, entre otras, en comunidades de todo el país. Sin embargo, la responsabilidad de implementar el apoyo a la actividad física recae en comunidades, escuelas e individuos que a menudo se ven abrumados por problemas más apremiantes. Por ejemplo, en el condado de Wayne, Michigan, el 23.1% de los adultos no participan en ninguna actividad física en su tiempo libre. Al mismo tiempo, aproximadamente el 33% de los estudiantes de tercer grado no son competentes en inglés o matemáticas, y el 19.7% de los adultos experimentan depresión. Quizás esta evidencia contextual explique por qué los datos actuales sugieren que los niños no participan en actividad física. Con otros problemas más urgentes en juego, ¿a qué actividad dedicarías tu esfuerzo como líder de la comunidad, miembro o padre?

Si bien es innegable que los contextos socioambientales influyen en la actividad física en la infancia (y la edad adulta), también hay factores individuales críticos a considerar. Dado su proximidad al problema, un factor que ha recibido sorprendentemente poca atención es la capacidad de un individuo para moverse.

A menudo damos por sentado que la actividad física requiere habilidades físicas, también conocidas como habilidades motoras. Las habilidades motoras son secuencias aprendidas de acciones musculoesqueléticas que se combinan para producir movimientos dirigidos hacia un objetivo. Estas habilidades son posibles gracias a procesos neurales complejos que indican a nuestro cuerpo qué músculos utilizar para realizar actividades como correr, patear o correr y patear al mismo tiempo. Los procesos neurales subyacentes a las habilidades motoras se perfeccionan mediante el movimiento o la práctica. Por ejemplo, los bebés nacen con un reflejo del paso, que provoca la divertida danza que hacen los bebés cuando sus pies tocan una superficie sólida mientras los sostienes en posición vertical. Esta danza espontánea está vinculada al proceso de aprender a caminar. De hecho, estudios interesantes muestran que los padres pueden estimular el inicio de la habilidad para caminar, por ejemplo, al sostener a su bebé en posición vertical en la bañera para que pueda dar pasos y patadas sin estar limitados por el peso de sus piernas a medida que crecen. Las habilidades motoras más complejas (es decir, aquellas más allá de los cambios motores importantes que ocurren durante la infancia) se perfeccionan mediante el movimiento y la práctica deliberada, lo que nos lleva a las habilidades motoras fundamentales y la necesidad de dominarlas durante la infancia.

La actividad física en la infancia es posible gracias a las habilidades motoras fundamentales (HMF). Las HMF representan el abecedario del movimiento, abarcando habilidades locomotoras básicas (por ejemplo, correr, trotar, deslizar, evadir, brincar), habilidades de control de objetos (por ejemplo, lanzar, atrapar, patear, arrojar), equilibrio y coordinación. La mayoría de los niños desarrollan un nivel elemental de habilidad en las HMF al participar en varias y diversas actividades físicas durante la primera infancia (3-5 años). Posteriormente, un nivel suficiente de HMF permite a los niños aprender y participar en actividades físicas novedosas y cada vez más complejas, entrenando patrones de actividad saludables y fomentando HMF avanzadas mediante el juego y la práctica. Cuando los niños alcanzan los 9-12 años deberían demostrar un elevado rendimiento en sus HMF. Dominar las HMF permite a los niños aprender habilidades motoras complejas en deportes y actividades recreativas, que requieren la capacidad de combinar una habilidad motora con otra (por ejemplo, correr y hacer rebotar una pelota al mismo tiempo) o unir habilidades de manera fluida (por ejemplo, danza o karate). En investigación, los niños que demuestran habilidades apropiadas para su edad en las HMF se consideran “competentes” en habilidades motoras y  estudios relevantes respaldan que estos niños tienen más probabilidades de llevar vidas activas y saludables. Aquellos con habilidades deficientes en HMF corren el riesgo de inactividad física, obesidad y se auto-perciben incompetentes en las habilidades motoras que respaldan la actividad física y sirven como base para futuras actividades físicas.

En la actualidad, muchos niños no demuestran un nivel de habilidad en las HMF suficiente para realizar actividades físicas básicas o avanzadas. Un estudio reciente y particularmente alarmante, informó que el 77% de los niños en edad preescolar con un desarrollo típico no poseen los niveles de competencia esperados para su edad en las HMF, y el 33% de la muestra representativa de EE. UU. muestra un nivel de habilidad lo suficientemente bajo como para recomendarles terapia física. Este hallazgo significa efectivamente que un gran número de niños en edad preescolar no puede realizar 36 (de 50) elementos críticos de las HMF, como balancear los brazos opuestos a los pies mientras corren, mantener el ritmo al trotar o saltar, usar ambas manos para atrapar una pelota lanzada o lanzar una pelota por encima de la forma adecuada. A un nivel más profundo, estos hallazgos sugieren que los niños en edad preescolar no están desarrollando elementos críticos de coordinación o acoplamiento percepción-acción necesarios para un mejor desarrollo motor.

Igual de preocupante es que estos resultados no se limitan a la primera infancia. Un estudio que examinó las HMF en más de 20,000 niños de 25 países encontró que el 32% de los niños de 6 a 10 años carecen de destreza suficiente en las HMF. Además, estudios recientes indican que algunos adolescentes no han dominado las HMF. La baja destreza en las HMF es un problema significativo, considerando que el nivel de habilidad de un niño influye en su capacidad para participar con éxito en actividades apropiadas para su edad. Además, el rendimiento de las HMF de los niños afecta cómo sus compañeros los perciben y, consecuentemente, cómo se ven a sí mismos. Un niño que no puede lanzar tan bien o correr tan rápido como sus compañeros generalmente será elegido en último lugar para participar en juegos, deportes o actividades extracurriculares, y las consecuencias de ser elegido en último lugar, o no ser elegido en absoluto, afectan negativamente la autopercepción física y emocional de los niños y su motivación para ser activos.

Pocos niños en los EE. UU. son físicamente activos, y es posible que muchos no posean las habilidades para ser activos físicamente. Sin embargo, los adultos pueden apoyar el desarrollo motor de los niños enseñándoles y ayudándoles a ser físicamente activos, logrando así dos objetivos a la vez. La segunda parte de este blog discutirá cómo los padres y otros cuidadores pueden crear un entorno en el hogar que desarrolle las HMF de los niños, enseñándoles a valorar y participar en la actividad física de acuerdo a sus capacidades. 


Stephanie Palmer se encuentra en proceso de obtener su doctorado en Ciencias del Movimiento para el cual investiga cómo el entorno de actividad física en el hogar impacta el desarrollo de las habilidades motoras fundamentales en los niños. Stephanie tiene una licenciatura en Psicología de la Southeast Missouri State University (SEMO) y una Maestría en Educación en Ciencias del Ejercicio de la Southern Illinois University, Carbondale. Antes de mudarse a Michigan, Stephanie motivó a las personas a participar en el ejercicio y la actividad física en roles como entrenadora asistente de fútbol, entrenadora personal, implementadora de terapia conductual, asistente de enseñanza e investigadora voluntaria en el Laboratorio de Rehabilitación del Cáncer “Strong Survivors”. Stephanie tiene una gran pasión por ayudar a personas de todas las edades y habilidades a aprender a amar el movimiento; disfruta haciendo lo mismo en su tiempo libre. Compitió en natación, gimnasia y fútbol en la División I en SEMO, juega para el equipo de fútbol femenino del University of Michigan Women’s Club, y entrena para competir en la Liga Nacional Femenina de Fútbol. Además de los deportes organizados, le encanta leer, perseguir pollos con sus 13 sobrinos y sobrinas, y desarrollar nuevos y divertidos juegos en su patio trasero.

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