Escrito por: Gabrielle Huizinga
Editores: William Dean, Rebecca Dzombak y Noah Steinfeld
Traducción: Cristina Maria Rios, editado por: Irene Vargas-Salazar
SARS-CoV-2, el virus que causa COVID-19, apareció por primera vez en Wuhan, China en diciembre del 2019 y se esparció rápidamente hacia los Estados Unidos a principios de enero del 2020. Hasta el día de este escrito, se han reportado más de 39 millones de casos globales con una tasa de mortalidad de 2.8%. A pesar de que los hospitales y oficiales de salud pública se mantienen preocupados principalmente por los efectos a corto plazo del virus, tales como la tasa de hospitalizaciones, la escasez de materiales y la propagación del virus, muchos virus también causan dolencias a largo plazo. Se ha reportado que personas que se han recuperado de COVID-19 sufren de miocarditis constante o de inflamación de músculos cardíacos. Esto puede resultar en fallos en la función cardíaca causando un aumento en la tensión o sobrecarga del cuerpo. Pacientes infectados en el 2003 durante el brote de SARS, un virus similar a SARS-CoV-2, sufrieron de padecimientos crónicos como, por ejemplo, síndrome de fatiga crónica, función pulmonar anormal y disminución en la capacidad de ejercitarse. Nuestra habilidad de entender los efectos a largo plazo de un virus recién surgido como SARS-CoV-2 está limitada por el corto tiempo que lleva presente. Sin embargo, los síntomas a largo plazo de virus similares que han recibido mayor estudio pueden ser informativos cuando pensamos en la necesidad de tomar acción inmediata para limitar la propagación de la enfermedad a través del aumento en sanitación, uso de mascarillas y minimizando el contacto físico con otros.
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